MI CAMINO ES LO ÚNICO QUE IMPORTA

MI CAMINO ES LO ÚNICO QUE IMPORTA

MI CAMINO ES LO ÚNICO QUE IMPORTA

Una travesura lo llevó a vivir a la ciudad de La Paz, esta crónica recoge sus aventuras y vivencias. Fanático de artistas, don Juan nos regala un poco de su hISTORIA.


 

 “¿Sabe qué? Yo estoy disfrutando ahora mi infancia, a mis ya sesenta y pico de años.”

Irónicamente Juan Ordoñez Gómez (nacido en 1947, un 10 de noviembre, en Chuquisaca) sacrificó su infancia por hacer una travesura digna de Daniel el travieso o Bart Simpson, pero con resultados absolutamente distintos de los que dichos personajes de ficción tenían en sus aventuras. Este resultado, literalmente, cambiaría su vida para siempre.

Todo estaba bien. Él cursaba el 3er grado de escuela primaria y estaba planificado, para su futuro, acabar con los estudios que una persona debería cursar en toda su vida.

“El caso es que yo vivía al frente de la estación ferroviaria de Sucre y me encantaba ver ir y venir los trenes, lo hacía día y noche, no me aburría…”

La tecnología, la algarabía de las personas que llegaban con buenas energías a una nueva tierra o la picardía de algunos para evadir costos de traslados, etc. había algo de todo esto que le fascinaba al ver la estación ferroviaria, día y noche.

“Un buen día, decidí hacerlo solo para saber cómo se siente subirse a ese vagón y meterme entre esas bolsas y la carga.

En mi inocencia no me daba cuenta del peligro que implicaba lo que estaba haciendo. El tren empezó a moverse y decidí ocultarme. El viaje fue largo y cuando el tren paró, para no ser atrapado salí corriendo con mucha fuerza. Había llegado a La Paz, un lugar que no conocía en lo absoluto.”

Juan se sintió desolado, con miedo y totalmente desorientado. ¡Vamos! Era un niño de menos de 10 años, y en una ciudad tan compleja como La Paz, pues por donde se viera la tenía demasiado difícil. Abrumado, en primer lugar por el tamaño de la Estación paceña y en segundo lugar por el acelerado paso característico del caminar de los paceños, decidió correr lo más rápido posible hacia afuera de la Estación. Afuera no supo bien que hacer y entonces se puso a llorar.

Había corrido hasta el puente Vita y debajo de éste descansó de tanto llanto y estrés. En ese mismo lugar una señora vendedora de cafés y sándwich de huevo lo estaba observando ya por más o menos unos 10 minutos.  Dicha señora se le acercó y le dio cobijo en el puesto de comida, y así pasó media hora… 2 días…  ¡ya eran 3 meses!

La zona y algunas compañeras comerciantes de la buena samaritana ya habían puesto en la mesa ciertas objeciones sobre la tenencia del pequeño Juan. Y estaban en lo correcto: de seguro había algunas personas buscándolo y extrañándolo. Mínimo debía ser llevado ante los policías. Una reunión de vecinas y comerciantes preocupadas se había acercado a la protectora de Juan. Lo que no sabían era que este pequeño había estado escuchando todo desde una oculta posición… Juan prefirió correr e irse.

La vida de Juan se convirtió en una lucha eterna por sobrevivir desde ese día. Él se aprovechaba de cada contexto y coyuntura para hacer cualquier tipo de negocios:

  • Vender panfletos comunistas
  • Vender Banderillas cuando jugaba la selección
  • Vender refrescos en días calurosos

Aun así, sus inicios fueron tan duros que dormía con el cobijo de la luna y las estrellas en las frías calles de esta ciudad.

Juan siempre se caracterizó por tener un carisma insuperable; la gente siempre se encariñaba mucho con él. De ese modo hasta llegaron a regalarle una caja de lustrar zapatos para que tenga un medio de ingresos más regular que el de vender lo que pueda agarrar.

Increíble, pero Juan logró ser independiente desde sus 7 hasta sus 17 años. El contexto histórico del año 1964 hace que su paso por el cuartel sea de lo más atípico, arriesgado y sorpresivamente beneficioso para él.

En 1964 acontece un golpe de estado militar y es el año en el que Juan, ya grande, sirve a la patria y al mismo tiempo, casi irónicamente, a las fuerzas golpistas del General Rene Barrientos. El ejército entonces se constituye en un lugar en el que llega a conocer a personas que cambiaran su vida para bien. El ejército, un lugar en el cual aprende un principio que lo acompañaría toda su vida hasta hoy: disciplina, honradez y limpieza.

Uno de sus superiores, pasados los 2 años de servicio de Juan, le ofrece trabajar en Manaco. Juan no duda y toma el puesto. Manaco fue el lugar en el que trabajaría casi 17 años.

A sus 36 años Juan había hecho una carrera ascendente en Manaco, tanto así, que pasó de limpieza a hacerse cargo del inventario de todo el contenido comercial de la sucursal en la cual trabajaba. De cierta forma, Manaco también le había otorgado una familia: una esposa y 2 hijos.

Ya a los 8 años de trabajo en la sucursal de zapatos, Juan conoce al hijo del mismísimo Thomas Bata, estoy hablando de Thomas Bata Junior, el cual congenia de inmediato con Juan y decide ofrecerle una beca en Alemania sobre gerencia en punto de ventas.

Juan, con todo casi tramitado y ya por viajar a Alemania, escucha cierto día el tocar de su puerta. Al abrir se encuentra con una mujer que le dice:

“Mi Juan, Juancito, mi hijo, por fin te encuentro.”

Era la madre de Juan y estaba sola, necesitaba la ayuda de su hijo. Esta es la razón por la que Juan desiste de la beca, lo cual deviene en su salida de Manaco.

Con el pasar de los años Juan se encuentra en peleas constantes con su esposa, ya que sus principios de disciplina, honradez y limpieza aparentemente no eran compartidos por ella.

“En ese momento me di cuenta de que mi esposa no era para mí, y que nos diferenciábamos en muchas cosas. Me aburrí y entonces introduje la bebida en mi vida.”

 

Juan dejo a su esposa y a sus 2 hijos y se fue a Oruro a atender la cocina de un Hotel en compañía de su madre, para cuidarla.

Juan estaba cada vez más cansado de trabajar; trabajar y sobrevivir. En determinado momento Juan solo deseaba descansar y escuchar a sus ídolos musicales. Recordando un poco su niñez, retornó de pronto a aquellos tiempos mientras me contaba su historia y me dijo:

“¿Me olvidé comentarte qué tan fanático de la música era yo, verdad?

Pues mientras era niño y ya llegando a adolecente me gustaba acabar mis tardes cerca de las tiendas de discos, escuchando sin parar toda la música que ponían. Era el único momento en el cual me sentía realmente feliz.”

Pues logró fusionar dos de sus pasiones en esa cocina del  hotel “Hispano-America”. Cocinar y atender gente además de escuchar música.

Con el pasar de los años ya solo quería un lugar que le permita trabajar y escuchar música todo el tiempo.Pues logró fusionar dos de sus pasiones en aquella cocina del hotel “Hispanoamérica”, cocinar y atender gente, además de escuchar música.

En este contexto es que Juan prefiere tener trabajos ligados a la atención y a la música. Entonces ¿qué mejor que los clubes de licor y los grandes salones de baile? Ahí podía hablar, ser agradable y sobre todo escuchar música. Era su paraíso y de paso lograba ganarse unos pesos. Aun así, el licor seguía mellando su vida.

Al darse cuenta de que su Madre necesitaba cuidados especiales, Juan decide ingresarla a un asilo ya que él ya no podía hacerse cargo económicamente de ella.

El asilo fue, el Hogar María Esther Quevedo.

La madre de Juan se había dado cuenta a la larga, de que su hijo, siendo muy carismático, un líder nato y alguien que podría tener el mundo a sus pies, en algún momento se cansó de luchar, y dejó que la vida lo tomara cual corriente de un rio.

Ella misma hizo los papeles necesarios para que cuando Juan llegara a cierta edad, ella pudiera heredarle su habitación en ese mismo asilo. Esto debido a que nunca gozaron de un techo propio. De alguna manera Juan podría tener lo que nunca tuvo a lo largo de su vida: estabilidad, un techo y espacio para hacer algo más que solo sobrevivir.

 

Don Juan Orddoñez. Fotografía Gerson Xavier Alarcón García

“Hago lo que quiero. Tengo un techo seguro y puedo por fin coleccionar música, tener cuadros de mis ídolos y hablar con gente todo el tiempo. Para mí, esta es mi infancia, y estoy feliz de apreciarla todos los días, gracias a mi madre.”

 

Don Juan Ordoñez Gómez

Fotografía: Gerson Xavier Alarcón García

Redacción crónica: Gerson Xavier Alarcón García

 

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