“DÉJENME VIVIR”

“DÉJENME VIVIR”

“DÉJENME VIVIR”

Una joven tarijeña, de 23 años, viuda y con dos hijas, llega a la ciudad de La Paz, allá por la década de los 60s.


 

 

Casada, ya con hijos y con solo 23 años. ¿Qué más podía esperar Angélica de la vida? Tan  rápido había llegado todo, que el futuro le parecía incierto.

Angélica nació en Tarija un 2 de agosto de  1937. Su niñez y adolescencia se vieron reducidas por los deberes que eran considerados naturales para las mujeres de aquellas épocas.                                                                                                         

  “Todos debíamos trabajar, y yo crecí en una época donde todo era cambiante”

Dice, hablando del contexto político. Y no era para menos. Angélica creció en un tiempo en el que se dieron sucesos como la tesis de Pulacayo y la revolución del 52, grandes hitos de nuestra historia.

Ella y su hermano, su gemelo por cierto, tenían una intensa curiosidad por lo que pasaba en otras regiones. Aun así su hermano solía dejar ganar la labor, su deber, por sobre la curiosidad. Ese no era el caso de Angélica, que a pesar de su escasa pericia en las letras (esto debido a que solo cursó hasta primero de primaria), ésta digna tarijeña podía leer el periódico: la curiosidad había hecho que Angélica practique por su cuenta el leer y escribir.

Pasaron los años y la convulsión nacional (característica de los años 40’s y principios de los 50’s) iba cesando. Amor, compromisos y responsabilidades habían caído sobre Angélica, ya jovencita.

Ella consideraba que esta era solamente la primera etapa de su vida, pero irónicamente seria la que más sorpresas le depararía: sus primeros 23 años en Tarija.

Estos 23 años le habían dejado un esposo y dos hijas; además, dentro de  esos mismos 23 años había muerto su esposo y ella y su familia cambiarían de región, del valle al altiplano.     

La Paz (tanto el departamento, como el estado emocional), la esperaría en adelante. En la sede de gobierno, se dedicó íntegramente a sacar adelante los estudios de sus hijas (Felicidad y Nora) y posteriormente a trabajar, trabajar y trabajar como siempre lo hizo en toda su vida.

   

Las noticias que ella le gustaba tanto leer, posicionaban a La Paz como una ciudad que brindaba mucho trabajo y más oportunidades económicas.

Ya viuda, y en La Paz, se dedicó a lavar ropa, día y noche, día y noche, mes a mes y año a año.

  • lavar ropa, día y noche, día y noche, mes a mes y año tras año
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Es increíble pero le pareció que los años pasaron como el agua de su trabajo diario pasaba por la coladera de las lavanderías. Aún más rápido que el agua de vertiente que ella solía usar en sus primeros años de trabajo.

  • Mucho de algo, siempre es peligroso.

Su cuerpo podía percibirlo, más no su espíritu, el cual solo vivía para trabajar.

Pero años de hacer lo mismo no sale gratis. En especial algo tan sacrificado como la labor de lavar ropa.

Desde 1960 hasta el 2004, Angélica no solo lavó ropa, sino también había cuidado de su hermano gemelo, siendo una especie de enfermera al mismo tiempo, hasta que este por fin murió.

 

 

 

 

Con sus hijas alejadas de ella, ya ocupadas en sus propias vidas y su hermano ya pasado a mejor vida, Angélica alquila un cuarto para ella sola. A ella no le importó ni le importa la soledad; ni  la comodidad. Solo quiere trabajar. Para ella eso es lo que realmente significa vivir.

Los vecinos se habían acostumbrado de ver a esta anciana cumplir cual estricta doctrina las mismas actividades una y otra vez, todos los días en el barrio. Hasta que llegaron a alarmarse cuando se percatan de aquella gran inflamación en su rodilla derecha. Angélica estaba perdiendo fuerza al caminar, hasta el punto de requerir ayuda para subir o bajar la vereda. Aun así, su cotidiana rutina no se detenía. Toda la zona estaba alarmada.   

Una tarde noche, una de aquellas miles en las cuales había hecho exactamente lo mismo, la rutina se rompió. La sombra del poste de luz recién encendido y que acostumbraba a esperarla en soledad, para darle la bienvenida, había sido sustituida por una gran mancha gris, una otra forma de ser sombra, provocada por una gran concentración de gente. Eran esos vecinos “metiches”. Ellos la obligarían, “por su bien”, a desalojar.

  • Metiches que no me dejaron trabajar más.

Los vecinos habían conseguido medios de comunicación y una trabajadora social para que siguiera el caso de doña Angélica y no tardaron mucho en determinar que era una anciana librada a su suerte. Abandonada. Solitaria y enferma. En otras palabras, desamparada.

     

             Doña Angélica Mamani. Fotografía Gerson Xavier Alarcón García

  • Así es como llegue a este asilo, ya son más de 15 años que estoy aquí… ¿Sabe qué es lo que en verdad me molesta? Mire, cada día me hago mi llajuita, todos los días a las 11 me voy a la cocina a moler con batan, y a veces porque no estoy bien de la rodilla no me dejan bajar, pero yo no estoy mal, quiero hacer no más mis cosas. Porque cada mañana siempre a las 11 tengo que ir a traer mi fuentecita, el cuchillo, después en la cocina busco los tomates y…

Casi no puedo escucharla más. Su voz se va perdiendo en repeticiones que a su manera recuerdan los detalles de esos 23 años vividos tan rápido…

 

 

Doña Angélica Mamani Viuda de La Garza

Fotografía: Gerson Xavier Alarcón García 

Redacción crónica: Gerson Xavier Alarcón García 

 

 

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