EL PARACAIDISTA

Los sueños de una pareja de jóvenes...un acontecimiento de la historia nacional que deja secuelas físicas y emocionales en la vida de don Zenón, el personaje de esta crónica.
Me senté a esperarlo, pregunté por él y me dijeron que estaba en administración, que esperara, que ya iba a salir. Al lado mío estaba una viejita que a la vista tenía una discapacidad y que con mucho esfuerzo sacaba del bolsillo de su chaleco unos dulces. Yo la miraba atentamente a la vez que también pensaba que debería haber un patio más grande para que entre el sol: ¿será porque soy tan friolenta que lo único que deseaba en ese momento era sentarme en la banca de afuera para calentarme, porque de este lado el sol apenas me llegaba a los pies? ¿O realmente estaba haciendo tanto frío que…?
Después de unos veinte minutos aproximadamente salió Don Zenón (aunque él le gusta más que le digan Simón), me levanté rápidamente para darle encuentro: él estaba preguntando quién había, a su vez, preguntado por él. Noté de inmediato que no estaba de buen humor. En su mano llevaba un pañuelo blanco, que usa, ahora lo sé, para limpiar uno de sus ojos que lagrimea constantemente. Su ojo derecho ya no ve y el otro solo percibe sombras. Zenón Córdova veía películas de guerras en las que el ejército peleaba desde el aire y su curiosidad fue creciendo: él quería sentir esa sensación en un avión, ese vacío y esas nubes, sentirse como un ave y ver cómo se va agrandando la tierra cuando se va acortando la distancia… |
Don Zenón Córdova. Fotografía Linhs Vania Salinas Usquiano |
Es así que don Zenón se dedica al paracaidismo un año y dos meses, llegando al grado de cabo y siendo un soldado disciplinado. Al contarme esto su mirada no está puesta en mí, esta puesta en el infinito. La expresión de su rostro va subiendo de decibeles al traer a su memoria recuerdos felices como ese, en las alturas.
El orgullo de saber la nomenclatura precisa de un Máuser o un Garamont, de un Shick o un Flak, M1, M2, fusiles automáticos y ametralladoras, infla su pecho.
Un avión con bajo vuelo
Por un momento veo un pecho inflado de orgullo con la mirada hacia el infinito, pero poco a poco se hacen visibles unas grietas. Don Simón me dice que ha nacido con mala estrella. Yo no podía entender bien eso de la mala estrella, hasta que menciona a su esposa y entonces el tono de su voz empieza a adquirir un color gris, hasta volverse totalmente negro al recordar el hecho que hizo que esté perdiendo la vista.
Mi señora me engañó con otro hombre y por ese motivo me tuve que separar de ella hasta la fecha. Ya son casi cincuenta años que estoy solo.
A la salida del cuartel don Simón se casó. Se enamoró de una chica que fue su compañera de colegio. Ella estudiaba en el Liceo Venezuela y él en el Ayacucho. Ambos se hicieron una promesa: que cuando él se convirtiera en un hombre responsable, con libreta de servicio militar en mano, ellos dos se casarían.
En una palabra como me ve mal de la vista, me quemaron los ojos con gas lacrimógeno en la época de García Meza por pedir democracia y libertad, era delegado del Hospital Obrero ante la Central Obrera Boliviana. Trabajé en el Hospital Obrero siete años. Era mecánico y hacia mantenimiento de los ascensores. Pero también en plomería: instalé en oncología la bomba de cobalto. Y en el cuarto piso de pediatría para quemados. En mecánica conozco perfectamente la nomenclatura que se necesita para un estanque de cuatro mil o cinco mil litros de agua, además de la conducción de esa agua desde un tanque de reserva hacia donde sea necesario. Conocí a Marcelo Quiroga Santa Cruz, a Vargas, a Ulloa y me marcaron con una cruz roja diciendo que yo era de la Central Obrera Boliviana junto con varios dirigentes. En el Hospital Obrero me retiraron. |
El 17 de julio fue el golpe militar contra la presidenta Lidia Gueiler, de la mano de García Meza.
Nos llegaron memorándum a todos. A las fábricas y a sus dirigentes de toda índole. Todos fueron retirados por órdenes del presidente García Meza. A mí me entregaron mi memorándum, pero no contentos con eso me dieron una miseria de indemnización. Nosotros nos juntamos con fabriles, estudiantes, universitarios, gremiales, mecánicos, choferes de toda índole y comenzamos a hacer manifestaciones en contra de García Meza durante ocho meses. Yo estuve en actividad en todas las manifestaciones, nuestro punto de reunión era el Stadium y ahí comenzábamos a salir en grupo, en manifestación y cabalmente un 6 de agosto de 1984 a la altura del Tránsito, una capsula de gas lacrimógeno estallo en mi cara durante la manifestación y me quemó los ojos. Como me ve, estoy ciego. Veo un poco, pero tengo totalmente quemada la córnea, no veo claramente y por este motivo estuve en el hospital, en quemados.
El golpe del 17 de julio tuvo un alzamiento de la división asentada en Trinidad y la inmediata toma de la COB (Central Obrera Boliviana) y el palacio de gobierno en La Paz. La COB fue asalta por paramilitares, que llegaron en ambulancias de la CNSS, interrumpiendo una reunión del comité de defensa de la Democracia (CONADE). En esa ocasión fue fríamente asesinado Marcelo Quiroga Santa Cruz, además de los dirigentes políticos y sindicales. Fueron detenidos casi todos los miembros del gabinete y la Presidenta fue recluida en la residencia presidencial.
En la noche de ese día la señora Gueiler, bajo severas presiones, fue obligada a renunciar a la presidencia. Se estableció el toque de queda (de nueve de la noche a seis de la mañana), la cadena radial –solo había una señal de radio que todas las emisoras debían transmitir– y la censura total de la prensa. Las minas, que se convertirían en el último heroico foco de resistencia al golpe, fueron intervenidas y asaltadas con un saldo de varios muertos.
Don Simón sacó como dos a tres veces un pañuelo blanco del bolsillo de su pantalón para limpiarse el ojo izquierdo. Su ojo ya empezaba a tener un color medio plomizo. Ese día estaba con una chamarra negra, camisa ploma oscura y pantalón también oscuro. Su mirada apuntaba hacia el techo, pero ésta empezó a bajar al recordar cuando el oftalmólogo le dijo que después de estar como siete meses en el Hospital ya no podía hacer nada más. La parte herida de su cara había cicatrizado, pero que con sus ojos no podían hacer más y que tenía que ver cómo luchaba por su vida ahora en esa situación. En los meses que pasó en el hospital recuperándose, su esposa solía visitarlo.
Mira Teresa, en la noche me quedo vendado y no veo nada, me aburro solo con mi pensamiento. Quédate hasta las diez de la noche, charlame, contame algo, háblame. Ella se quedaba todos los días hasta las diez de la noche. Yo tenía un amigo íntimo, Ricardo La Fuente, que vivía en la Vivienda Obrera [inmediaciones de la avenida Buenos Aires] donde yo había nacido y a este mi amigo le dije una vez: quiero que me hagas un gran favor, quiero que me la acompañes a mi esposa, por la Buenos Aires va, a veces no hay la línea del dos. Entonces, como eres mi vecino quiero que me la acompañes a mi esposa por favor, porque hay mucho boliche, mucha borrachera… Entonces él me dijo, ¿por qué no hermano? ¡Si para eso somos amigos! |
|
Hasta el día de mi baja en el hospital, todas las noches le acompañaba el Ricardo a mi esposa, haciéndome el favor para que no la jaloneen entre los borrachos. Resulta que a la semana afuera del hospital mi esposa me dijo: mira Zenón ya no te quiero, quiero divorciarme de vos, estoy enamorada de Ricardo…
El silencio y el cambio de tono de voz en don Zenón fueron despegando en bajo vuelo. La palabra perdida revoloteaba en el aire y las lágrimas contenidas fueron encontrando su curso. Los Románticos, un trio musical, lo vuelven a llamar entonces, cuando lo ven encerrado en su cuarto, deprimido. Lo invitan a tocar en distintos lugares como el Lido Grill y entre canto y canto…
Comprábamos más alcohol. Me amargué más. Con el tiempo ya no era una copita, ya era una botella y más trago hasta convertirme en un alcohólico. Ya no podía dejar el alcohol. La dueña de casa me dijo “si usted no me trae los dos meses que me debe del alquiler, mañana o pasado encontrará cerrado con candado su cuarto”. La verdad es que me descuidé del alquiler y llegué en la noche y vi cerrado con candado mi cuarto, de esa manera no sabía qué hacer. Verme sin cuarto… ¡Sin nada!
Las lágrimas de Don Simón empiezan a despegar.
Déjeme sacar mis cositas, le dije a la dueña y comencé a venderlas poco a poco. Aun así, ya no me alcanzaba para el alcohol o para irme a un alojamiento. Vi un grupo de alcohólicos en la fábrica de chocolates, casi en la subida en la periférica y les dije buenos días, quisiera acompañarles a ustedes y me dijeron ¡claro! Tome asiento. Sociables los alcohólicos, pero ya no quería cerveza o cóctel: quería alcohol. A veces me faltaba platita y entraba a los presteríos y cuando me decían, usted no ha entrado, usted no está invitado señor, veía que los invitados entraban con mixtura, yo que apenas tenía cincuenta centavos entonces, me compraba mixtura, y volvía entrar a la fila. Me decían es con invitación y yo les decía acabo de salir entonces me decían ¡ah! Si, pase señor. Primero había estudiado que estaban pidiendo invitaciones y yo dije, ¿cómo voy a entrar? Y se me presentó la idea: ¡échate con mixtura! Y con mistura entraba y así cada vez a distintas fiestas. No pedía cerveza, pedía coctelito y al último me pedía en botella. Ya después me compraba soldadito (alcohol en un recipiente pequeño) y en las fiestas al coctel le aumentaba poquito a poquito, ya sea a la botella o a los vasitos que me servían y así me profundice este alcoholismo. Entré poco a poco, como en una gradería, hasta ser un alcohólico crónico. Y entonces tuve el valor y el coraje y dije, ¿por qué no me voy a acercar con estos amigos del parque de chocolates? ahí estaban bebiendo estos alcohólicos crónicos y pensé, ¡si ellos son borrachos igual que yo! De ahí viví con ellos ocho años, durmiendo en túneles, en casas abandonadas, en el bosquecillo. Conocí también los túneles de Villa Armonía.
Don Zenón Córdova.Fotografía Linhs Vania Salinas Usquiano |
Había batidas de ocho y seis Jeeps, ahí nos llevaban a mujeres y hombres a la cumbre. Ahí en la cumbre hay una lagunita y nos decían: a ver, salgan, se les dice que no tomen y siguen tomando, entonces, sáquense los zapatos. Nos hicieron el rastrillaje de la ropa, teníamos unos soltaditos chiquititos, los zapatos y el alcohol lo quemaron, nos dijeron, ¿ven la ciudad de La Paz allá al fondo? Ahora se van a ir a pie a la ciudad ¡para que aprendan! El alcohol nos daba soberbia, rabia, fuerza, no sé. Las mujeres en sus pies con pura sangre al bajar a la ciudad. Nosotros los alcohólicos siempre andábamos con chompas, doble chompa, para dormir en la noche para que no nos haga frio. El jefe del grupo nos dijo ¡sacarse las camisas dobles que tienen! Y véndanles los pies a las mujeres, porque ya están sangrando tanto caminar por el cemento. Ya era dos horas que caminábamos y nos salían ampollas. Nos dieron una lección y yo como alcohólico antiguo, les dije: de noche no duerman porque ahí de noche les va a pescar la intoxicación o el enfriamiento y se van a quedar dormidos y ahí van a morir. Mejor van a buscar un rinconcito, pero si tienen un poco de trago y pueden caminar, ¡pues caminen! Vayan de bar en bar protegiéndose del frio y ahí pidan su machete (pedir monedas).
Pasaron años. Los días sábados el padre Daniel nos traía leche y pan en un Jeep. Era católico él, y un día me dice:
- Oye lorito…
- Si padre, le digo yo.
- Tú eres todavía joven. ¿Por qué no te quitas el alcohol? O lo dejas. Yo te voy a llevar a mi centro de rehabilitación en San Vicente, en Tembladerani, ¿te animas?
- Si padre, por qué no.
- Subite al Jeep.
Me llevaron hasta Tembladerani al centro de rehabilitación y mediante el programa de alcohólicos anónimos, ¡salí del alcohol! Pero no fue tan fácil dejar la bebida. De noche no podía dormir. De noche veía figuras monstruosas.
Su voz estaba muy apagada después de salir de administración y ya no deseaba hablar mucho.
Ya no voy a servir, ya no sirvo para nada. Estoy ciego y yo no soy para resistir así nomás. Hoy me dijeron que me estoy quedando ciego del único ojo que veía un poco y que me llevarían al oftalmólogo. Ya veré qué decisión tomaré mañana, pero de verdad ya no tengo ganas de vivir. Mejor me iré a mi cuarto.
Se aleja despacito, llevándose el pañuelo a su ojo lloroso. Mala estrella. Me quedo pensando en la mala estrella de Don Simón mientras también me alejo de su figura.
Don Zenón Córdova
Redacción crónica: Linhs Vania Salinas Usquiano
Fotografía: Linhs Vania Salinas Usquiano
Carmiña D. García